Silencios, 2015.

 

 

El mundo está lleno de silencios.

Las palabras son relegadas al olvido

por aquellos que viven sin tiempo para oír sus enseñanzas.

 

El silencio tienen muchos carices pero es ante todo calma y serenidad, es aprendizaje, es observar el mundo y escuchar todo lo que tiene que decirnos, es hacer un inciso en nuestra agitada vida y oír el silencio de los árboles, su silencio sonoro, su paz; es asomarse a esa ingente llanura líquida y contemplar el silencio de las olas del mar. Es pararse y meditar, es oír los latidos de tu corazón, escuchar lo que tu alma tiene que decirte, es oír las palabras que dictan tu ser.

 

 El silencio en el arte en cambio es el silencio del material eterno, material que permanece durante siglos y es capaz de trasladar mensajes velados durante generaciones infinitas. Es el silencio que envuelve las fastuosas columnas que sostienen el entablamento de edificios olvidados. El silencio de paredes que oyeron las voces de aquellos que un día marcaron la historia del mundo. Miradas marmóreas que nos observan, inexpresivas, amenazantes, fantasmas presos de un remoto pasado. Es el silencio de las pinceladas de las obras que revisten los grandes museos cuyos trazos desvelan sentimientos de otras épocas, otras culturas, otras formas de ver el mundo.

 

El silencio también es parlante, un silencio que nos habla a través de las páginas de los libros cuyas enseñanzas son trasmitidas desde antaño. Y qué decir del silencio de la fotografía, esa aura mágica que envuelve el efímero momento captado que quedará como una rica herencia para sus espectadores futuros.

 

El silencio artístico es un silencio sempiterno e inmutable,  es un silencio inmortal.

 

 

Elizabeth Mena Ruiz


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