"Caprichos de junio" de Coll, Leone y Negro.

 

 

 

JUNIO: FLOR DE LA CONCIENCIA

 

  En junio el relato del mundo necesita a las flores. Los días se alargan con la medida de la luz natural que viene del cielo. El artificio del invento se relega casi a la medianoche, pero la luz que ilumina y dilata las horas para que vivamos más tiempo en la claridad de lo tangible también transparenta lo que su cuerpo encendido hizo con los animales que estaban aletargados y con los seres vegetales que se  fueron abriendo como espasmos a la sorpresa y al asombro.

  El invierno es una disidencia que nos obliga a replegarnos. Ante su aparente adormecimiento, las habitaciones nos reciben y son cuadros para la meditación, refugios dibujados para el helado abandono. Atravesamos su veladura blanquísima y nítida, de estática melancolía, rayada como un verso nevado por abrigos carnívoros, por aguacero de acuarelas, por escenas de interiores donde la soledad  resbala como una línea y forma volúmenes y densidades en el espacio de la nada. Pero junio llega como una frontera entre la resurrección y el destello vibrante de las playas. Su capricho es una forma sonámbula nacida de los sueños que no pueden contarse con palabras, y del color sitiado implacablemente por la ciudad  y sus dudosos límites.

  El deseo de iniciar un viaje feliz e interminable nos atenaza y  seduce del mismo modo que los tulipanes, los narcisos, las rosas callejeras, son el espejo urbano de nuestras biografías latentes. Junio nos convierte en testigos de una vida inocultable y próxima a explosionar, incluso sin nosotros, a pesar de nosotros. En la memoria colectiva y en el íntimo afán de vivir se contienen y guardan el pasado que imagina la evocación y el porvenir que se espera igual que una conciencia que nos permite reconocer los perfumes, distinguir el tacto de las materias, amar lo invisible con la lucidez y la pasión irrefrenable del invento. La metamorfosis de junio es un capricho de ansiada felicidad, y asimismo una vanguardia que no olvida la verdad del dolor y la literatura de quien un día despierta convertido en insecto, en  gigante, en abstracción, en ensamblaje de otro cuerpo que se metamorfosea para confirmarse en otra vida o para negar lo inexorable.

  En junio vuelve a repetirse la alegoría humana, el espíritu estético de una plástica que nos sigue conmoviendo en la imagen de un quieto bodegón. Miramos urbanamente lo que fue en los ramos, en el vidrio, en la insolación de las frutas y en la parálisis de los pájaros que ya no cantan. Pero junio recobra la vegetal poesía de las cosas que brotan contra la muerte.

  Se graba el ácido de una consistencia que podrá multiplicarse y reproducirse infinitamente. Lo efímero permanecerá en lo pintado. Será el tiempo y el instante de una conciencia invadida por el azafrán y la inescrutable canela de un misterio frágil y definitivo en su vulnerable desnudez. Junio. También y acaso flor de los ojos que esperan mirar y ser  mirados. Esperanza y convencimiento de semilla que germina en el asfalto compartido. Pétalos que en el agitado movimiento del vivir esparcen el texto estremecedor de lo que nunca nosotros podremos decir.  

 

                                                                                              Josela Maturana  


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