Artágora Galería Virtual
En aquella noche gélida de finales de febrero de 2015, el autor había quedado con Gropius alrededor del Coliseo, con la esperanza de que ya a esas horas se hubiera limpiado totalmente de turistas. El Coliseo todavía se encontraba en plena restauración, aunque luego los políticos dijesen en el acto de presentación, un año después, que “esto no es sólo una gran operación de restauración, sino el ejemplo de lo que Italia quiere ofrecer a Europa: la recuperación de nuestra identidad cultural”.
A Gropius y a Negro les pareció escuchar aquella noche el eco de las voces de los emperadores Vespasiano y Tito. Pero, al final, no; no era nada más que el fuerte viento silbando sobre los materiales de construcción apilados en el exterior del monumento, en espera de convertirse en parte del muro como expresión genuina de que el mundo empresarial se había puesto a disposición de Italia. Pía Petrangeli , como responsable de la restauración, dijo que la limpieza se realizó con agua atomizada por ser menos dañina para la superficie. Gropius y el autor lo veían con los ojos matizados por un gin-tonic de Larios, imaginándose como turistas en el centro mismo de la arena, o envueltos en eventos culturales de altísimo nivel.
Parece que ambos trataban de huir del espectáculo, amparados en la oscuridad de la noche. Su interés se centró en el húngaro Moholy-Nagy y en su desarrollo de nuevas ideas en las múltiples facetas de la actividad artística en las que fue practicante. De las normas fijas que imperaban en las artes visuales como estructuradoras del espacio representativo. De cómo el contenido de una obra ha ido dejando paso al problema del espacio y de cómo desde hace más de cien años ya había intentos de reflejar el tiempo en la pintura, estática hasta entonces. Gropius recordó literalmente, que Moholy-Nagy ya trataba la creación espacial “como un entrelazamiento de partes del espacio que se sujetaban por relaciones invisibles pero claramente verificables, y por el juego fluctuante de fuerzas “.
De lo poco más que nos ha llegado de la conversación mantenida en aquel paseo, es que el autor no era muy partidario de sentir el arte a través de descripciones, según le comentó a Gropius. A nosotros sólo nos dijo que hacía frío, que era una noche de viento y lluvia, lo que le dificultaba enormemente fotografiar al tener que sujetar el paraguas plegable con una mano y con la otra la cámara: “al final, el paraguas quedó destrozado por el fuerte viento reinante y lo tuve que tirar, con gran dolor de mi corazón, a una papelera próxima a la parada de metro Colosseo”